La exaltación de Madrid como Corte Católica y La hija de Carlos Quinto, de Mira de
Amescua
Lehman College
En la compleja
trama de La hija de Carlos Quinto,
Mira de Amescua dramatiza, por un lado, la despedida del emperador de su familia
antes de hacer su último viaje por Europa, abdicar en Bruselas y retirarse al
monasterio de Yuste y, por otro, los años en que su hija, doña Juana de
Austria, ejerció primero como princesa consorte de Portugal (1552-54) y
después, ya viuda, como reina gobernadora en España (1554-59). (1)
La comedia ha recibido muy escasa atención por parte de
la crítica. Esta falta de atención puede deberse, en parte, a la escasez y
calidad de los testimonios que se conservan. (2) De hecho, hay que
esperar a los primeros años del siglo XXI para que Karl-Ludwig Selig y Juan
Manuel Villanueva Fernández publiquen tres ediciones modernas de la obra. (3)
Dado lo tardío de los testimonios conservados, las fechas de composición de la
pieza que han barajado los especialistas son meramente conjeturales. Si Selig
estipula que debió ser escrita entre 1613 y 1616 por encontrar en ella ciertas
imágenes que nos remiten a las Soledades de Góngora y porque en 1616 el
padre Carrillo publicó la primera biografía de doña Juana (3), (4)
Vern Williamsen argumenta que, dada la versificación empleada por Mira, La
hija de Carlos Quinto es una de sus obras más tardías, redactada
probablemente hacia 1630 (166).
La falta de estudios sobre esta obra puede explicarse,
además, si tenemos en cuenta la evaluación negativa que Cotarelo y Mori hace de
la comedia en su ya clásico Mira de Amescua y su teatro. Estudio biográfico
y crítico (1931). Para don Emilio, esta pieza no es más que un “aborto”
producido por “un desequilibrado mental, ya que no respeta “las conveniencias y
reglas de un arte establecido” (96). (5) La valoración de la escasa
crítica posterior a Cotarelo tampoco ha sido positiva. Uno de los aspectos de
la comedia que más se han censurado ha sido la existencia de múltiples
inexactitudes históricas difíciles de justificar, entre ellas el presentar a
Juana como la persona que, por recomendación de su padre, eligió Madrid como
sede permanente de la Corte cuando, en
realidad, fue Felipe II el que tomó esta decisión en el año 1561. (6)
También se ha comentado el
excesivo énfasis que se pone en resaltar la profunda religiosidad y piedad del
emperador y de su hija, religiosidad que se plasma, por ejemplo, en el
compromiso de ambos con la defensa de la Eucaristía, en su lucha contra los
protestantes de Valladolid o en el hecho de que tanto Carlos V como Juana
decidieran acabar sus días vinculados a un monasterio. (7)
En este artículo me propongo demostrar que Mira de
Amescua juega con la historia no de forma incoherente o caprichosa, sino
buscando alcanzar un objetivo muy concreto: crear una comedia cuya
representación sirviera, entre otras cosas, para reforzar la imagen de Madrid
como “Corte Católica,” imagen potenciada por numerosos hombres de letras
durante los primeros años del reinado de Felipe IV. (8) De ahí que sitúe
la capitalidad de Madrid, la religiosidad de la princesa y su padre y el
compromiso de ambos con la Eucaristía y la lucha contra la herejía como temas centrales de la comedia, aunque
para ello tenga que jugar con la historia, alterándola o silenciando otros
aspectos más relevantes de los últimos años de la vida de Carlos V y de la
regencia de su hija. Intentaré demostrar que es posible relacionar el contenido
argumental de la comedia con algunos acontecimientos
muy concretos que alteraron la vida de la Corte durante los primeros años del
reinado de Felipe IV, lo cual me permitirá defender una nueva posible fecha
aproximada de composición de la obra.
El primer acto se inicia con el supuesto encuentro que
Juana tuvo con su padre antes de que éste partiera para intentar resolver
ciertos asuntos en sus dominios europeos, empezando por Italia. (9)
En una emotiva escena, Carlos V se
despide del príncipe Felipe, que queda a cargo de los reinos españoles, y de
sus hijas María y Juana, que marchan a Hungría y Portugal respectivamente para
cumplir con sus obligaciones matrimoniales y dinásticas. Lo primero que llama
la atención es el contenido del discurso
de despedida pronunciado por el emperador, en el cual incluye sus últimas
recomendaciones. En lugar de centrarse en otros aspectos de la labor política y
de representación que deberían desempeñar sus hijos en su ausencia, Carlos V se
limita a exhortarlos “como
César/católico defensor de la Iglesia” (vv. 261-63) a que lo imiten en su lucha
contra la herejía y en su veneración y defensa del sacramento de la Eucaristía,
siguiendo así una larga tradición de la dinastía de los Habsburgos, que siempre
se había identificado con la devoción a dicho sacramento. Así lo explica en el siguiente parlamento:
[…]
No deis a herejes oídos,
que, en el golfo de su
error,
son sirenas del
infierno
que emponzoñan con la
voz.
[…]
Y, sobre todo, os encargo
[…]
Que el Santísimo inefable
Sacramento, en quien obró
con la mayor
providencia,
Dios el portento mayor,
celebréis con tal
decoro,
y con tal
veneración,
que tiemblen los
dogmatistas,
en nubes de pan, el
Sol.
Sepan confusos y ciegos,
que el pan que ven pan
es Dios,
siendo en él los
accidentes
cortinas de su
pasión.
Conozcan que está realmente
en la Hostia que
asistió,
en virtud de las
palabras,
ley de la
Consagración.
Vivid con esta verdad,
perded por esta facción
las vidas, mas, si
sois Austrias,
¿por qué esta advertencia os
doy?
Herencia es vuestra por sangre,
con la feliz sucesión
de aquel glorioso
Archi-Duque
desta verdad precursor,
pues dándole su caballo
al sacerdote, dejó
la Majestad del
Imperio
por ser lacayo de Dios
…
Vosotros, pues, a su ejemplo
y a su sacra
imitación
confundid los que a
Dios niegan
en el Pan … (vv.
245-300).
Que un emperador de la Casa de Austria alentara a sus
hijos a que continuaran defendiendo y valorando el sacramento de la Eucaristía
no es extraño, pues con el tiempo, los apologistas de los Habsburgos habían
convertido la devoción a este sacramento en una de las señas de identidad de la
dinastía. El origen mítico de esta especial vinculación es el episodio al que
alude Carlos V en el parlamento que acabo de citar. Cuenta la leyenda que, en 1271, Rodolfo I,
conde de Habsburgo y fundador de la dinastía, oyó mientras cazaba la campanilla
que anunciaba la llegada del Viático. Al observar que un sacerdote se disponía
a cruzar un río con la Sagrada Forma en
sus manos, Rodolfo le cedió el caballo y se arrodilló para rendir culto al
Cuerpo de Cristo. (10) Los Habsburgos españoles siempre demostraron
públicamente sus deseos de emular a este antepasado en su veneración al
Santísimo Sacramento. Son muchas las anécdotas que cuentan cómo Carlos V,
Felipe II, Felipe III, Felipe IV o Carlos II se arrodillaban en las calles de
Valladolid y de Madrid ante el paso de la Hostia consagrada (Paredes 655-56). (11)
Pero llama la atención que Mira de Amescua decidiera centrar el discurso de
despedida del emperador justamente en este tema. (12) También sorprende que obviara mencionar muchos
de los principales hechos políticos que marcaron la regencia de doña Juana para
privilegiar tan sólo el protagonismo que tuvo la princesa en la condena de
Cazalla y la represión inquisitorial del foco protestante de Valladolid. Todo
ello, acompañado además por la exaltación de la ciudad de Madrid como ubicación
ideal de la corte de los Austrias. Si como afirma Villanueva Fernández Mira se
sirve de sus comedias históricas para comentar temas de rabiosa actualidad
(357), ¿qué acontecimientos de la España de su tiempo podrían haber justificado
que situar la defensa de la Eucaristía, la lucha contra la herejía y un
panegírico de Madrid como temas centrales de
una de sus comedias?
Si atendemos a las fechas propuestas por los
especialistas, la comedia debió escribirse entre 1616, fecha en que se publica
la primera biografía de la princesa, y 1630 o 31, como parece revelar su
versificación. Pues bien, como explica y documenta María José del Río, en el
año 1624 la ciudad de Madrid se vio conmocionada por la celebración de dos
autos de fe en los que se condenaron a la hoguera a dos profanadores de la
hostia consagrada, autos que estuvieron acompañados por una serie de actos de
desagravios en los que la exaltación de la Casa de Austria como defensora de la
Eucaristía jugó un papel fundamental. En efecto, el 21 de enero de 1624 se
celebró un auto de fe particular en la Plaza Mayor de Madrid en que se condenó
a morir en la hoguera a Benito Ferrer, un catalán de cuarenta y tres años,
protestante de origen hebreo, a quien se acusaba de haberle arrancado a un
sacerdote la hostia consagrada mientras decía misa para despedazarla enfrente
de los fieles que asistían a la ceremonia. Aunque el caso quedó en manos del
tribunal de la Inquisición de Toledo, bajo cuya jurisdicción estaba la ciudad
de Madrid, el auto se celebró en la capital, por haberse cometido allí el
delito. Seis meses más tarde, en julio del mismo año, el buhonero francés
Reinaldo de Peralta atacó a un sacerdote mientras oficiaba misa en convento de
San Felipe de la capital de España para destrozar la hostia y arrojar con furia
el cáliz contra la pared (Río Barredo 178-79). (13)
La reacción inquisitorial fue fulminante, y el buhonero
fue condenado a las llamas en otro auto de fe particular que se celebró también
en la Plaza Mayor de Madrid. Pero en esta segunda ocasión, se formó, además,
una junta especial a la que el mismo Felipe IV encargó organizar una serie de
demostraciones públicas para exteriorizar públicamente el pesar de su Corte por
lo ocurrido, y para amplificar la devoción la ciudad y sus reinos sentían hacia
el Santísimo Sacramento. El resultado fue la celebración de numerosas fiestas
de desagravio para granjearse el favor de un Dios que había sido gravemente
ofendido por las acciones de Benito Ferrer y de Reinaldo Peralta. Especial
importancia tuvieron un octavario y una procesión en la que participaron el rey
y sus servidores y que dio la vuelta al convento de San Felipe. En todos los
sermones que se pronunciaron durante la celebración de estos actos de desagravio
se exaltaba a la Casa de Habsburgo por su defensa incondicional del Sacramento
de la Eucaristía, y se insistía en la identificación del soberano con la ciudad
de Madrid, a la que se exaltaba caracterizándola como “Corte Católica,” es
decir, como espejo de los valores religiosos de una monarquía comprometida
desde antiguo con la defensa de la religión católica y la lucha contra la
herejía. Por ejemplo, el autor del sermón pronunciado durante el auto de fe de
Benito Ferrer, además de exponerse la doctrina tridentina sobre la Eucaristía,
se dirigía a los madrileños calificándolos como “pueblo Católico” por
excelencia, e increpó al reo asegurándole que pronto estaría “abrasándose en
medio de la Corte Católica,” donde se había atrevido “a pisar al rey de la Gloria.”
Por su parte, el autor de la relación de dicho auto se refería a Madrid como
“asiento y silla del Monarca por excelencia Católico” (Río Barredo 178-80). (14)
Esta caracterización de Madrid como “Corte Católica” terminó convirtiéndose
en un lugar común en la literatura de la época. El mismo Mira de Amescua, en
los actos celebrados con motivo de las canonizaciones de 1622, felicitó a la
ciudad por haberse convertido en “centro profundo de la esfera católica del
mundo” (Río Barredo174). Y es que, desde el reinado de Felipe III, se hizo
patente un esfuerzo por parte del rey y su entorno para conseguir que la corte
tuviera un impacto decisivo en la vida religiosa de la ciudad, impulsándose
desde palacio la fundación de conventos, la celebración de rogativas o el desarrollo de determinadas devociones,
como la eucarística o la mariana, estrechamente vinculadas a la dinastía
austriaca. Así, por ejemplo, fue en los principios del reinado de Felipe IV
cuando se solidifica el culto a la Virgen de Atocha y su vinculación con la
dinastía ocupante del trono. (15) Este impulso dio lugar a una serie de
celebraciones que contaban con la participación masiva del pueblo de Madrid que
se solidarizaba con su presencia con los valores religiosos de su monarca. El
objetivo perseguido desde palacio no era otro que exaltar y reforzar una
monarquía que se percibía a sí misma como brazo armado del catolicismo.
En este contexto, es mucho más fácil entender por qué
Mira de Amescua optó por situar el compromiso del primero de los Austrias
españoles y de su hija con la ciudad de Madrid, con la defensa de la eucaristía
y con la lucha inquisitorial contra el protestantismo en España como tema
central de la La hija de Carlos Quinto. Aunque no tengo en mis manos
ningún documento que apoye mi teoría, creo que es legítimo considerar la
posibilidad de que Mira redactara esta comedia a mediados de la década de los
veinte como reacción a los ataques heréticos contra la Hostia Consagrada que
culminaron en los autos de fe de enero y julio de 1624. De hecho, ese mismo año
se representa en Madrid con ocasión de la festividad del Corpus un auto
sacramental de Mira de Amescua titulado La Inquisición. Al igual que en La
hija de Carlos Quinto, en este auto don Antonio exalta y defiende la labor
del Santo Oficio vinculándola con la defensa del misterio de la
transustanciación. Si bien en otros
autos de Mira como La jura del príncipe o El erario y monte de la
piedad aparecen algunas referencias al tribunal inquisitorial, éste es el
único que desarrolla una apología del mismo como tema central (Castañeda 164).
Es legítimo suponer que el público que asistiera a la
representación tanto de la comedia (La hija de Carlos Quinto) como del
auto (La Inquisición) establecería una conexión inmediata entre los hechos
dramatizados y la actividad inquisitorial que convulsionó la vida de la corte
en el año 1624. De este modo, el dramaturgo estaría utilizando su teatro para
fomentar la identificación de los habitantes de Madrid con los valores
religiosos de una dinastía a la que estaba vinculado de una forma muy especial.
Sabemos que Mira fue nombrado capellán del Infante Cardenal don Fernando de
Austria, hermano de Felipe IV, en 1619 y que desde ese momento hasta su salida
definitiva de la capital en 1632 participó en numerosos actos públicos,
moviéndose siempre en el entorno de la corte: fiestas por canonización de San
Isidro en 1622, por la llegada y estancia del Príncipe de Gales en Madrid en
1623 etc. No es extraño, por tanto, que uniera su pluma a la de tantos otros
hombres de letras empeñados en poner su literatura al servicio del soberano
para participar en el proceso construcción de una Corte Católica, espejo de los
valores religiosos de la dinastía a la que servía y cuya protección necesitaba
en su carrera como literato y como eclesiástico.
Notas
(1). Juana de Austria (1535-1579), hija de Carlos V e
Isabel de Portugal, se casa en 1552 con su primo, el príncipe Juan Manuel de
Portugal, quien murió en 1554, apenas dos años después de la boda y una semana
antes de que naciera su único hijo, el futuro rey don Sebastián. Ese mismo año,
Juana se vio forzada a trasladarse a la península para asumir la regencia de
los reinos españoles en ausencia de su padre, que se hallaba en Austria, y de
su hermano Felipe, quien había viajado a Inglaterra para casarse con María
Tudor. Juana actuó como reina gobernadora de 1554 a 1559, y nunca más volvió a
ver a su hijo, ya que después permaneció en la península hasta morir en 1579.
La trama central de la comedia, centrada en la figura de doña Juana, hay que
leerla como un espejo de princesas en le que la actuación de la hija de Carlos
V como gobernadora de los reinos españoles está destinada a guiar los pasos de
una de las princesas de la casa de Austria que más poder acumuló en durante el
reinado de Felipe IV, como demostraré en otro trabajo.
(2). Cotarelo y Mori, en Mira
de Amescua y su teatro, habla de la existencia de una suelta registrada en
la página 88 del catálogo de don Agustín Durán que no pudo localizar en la
Biblioteca Nacional, donde hubiera sido normal encontrarla. Don Emilio baraja
la posibilidad de que hubiera ido a parar al Museo Británico (93). Cuando
Karl-Ludwig Selig escribió al museo años más tarde inquiriendo por su paradero,
recibió una carta informándolo de que no la poseían, por lo cual hoy se da por
perdida (2). También se refirió Cotarelo a otra suelta conservada en la
Biblioteca de San Isidro (206-3, leg. 5, nº 13) que sí consultó y que parecía
haber sido impresa en Sevilla a fines del XVII (94). Sin embargo, hoy esta
suelta tampoco ha podido ubicarse. Según Valladares Reguero, tres ejemplares de
la edición sevillana a la que alude Cotarelo se encuentran en la Biblioteca de
Cataluña de Barcelona, en la Bibliotaca de la Ohio State University y en la
Bibliotaca Nacional de Madrid (T – 55.274/5) respectivamente. El ejemplar de
Barcelona forma parte de una colección facticia formada por tres comedias de
Felipe Godínez y cuatro de Mira que lleva una portada manuscrita con el
siguiente título: Segunda Parte de Co[meddi]as de los Ingenios Dr Mira de
Amesqua y Felipe Godínez . Barcelona. Año de 1705 [agregado en otra tinta:} 1706. Es el que edita Villanueva Fernández. El
ejemplar de Ohio, editado por Karl-Luwig Selig, no es un original, sino una
reproducción facsímil (84).
(3). En este estudio, citaré siempre por la edición Villanueva Fernández
incluida en la colección del teatro completo de Mira de Amescua que coordina
Agustín de la Granja.
(4). Sabemos quea Soledad
primera de Góngora empezó a circular antes del 11 de mayo de 1613. Selig
registra en sus notas qué imágenes concretas de la comedia pueden vincularse
con la obra del poeta cordobés. En cuanto a la primera biografía conocida de la
princesa formaba parte del libro del padre Carrillo Relación histórica de la Real fundación de las Descalzas de Santa Clara
de la Villa de Madrid, publicado en 1616. Selig dice no haber consultado
este volumen, pero asume que fue la fuente que empleó Mira para escribir su obra. Después de
consultar el texto de Carrillo en la Biblioteca Nacional, creo que puedo
afirmar sin equivocarme que sí fue una fuente importante de la comedia, aunque
es imposible decir si fue la única. En cualquier caso, esto no indica que Mira
de Amescua escribiera La hija de Carlos
Quinto justo en el año en el que se publicó el libro de Carrillo, pudo
consultarlo después. Para fechar la obra, es necesario tener en cuenta también
cierta información interna que vincula la obra al contexto histórico en el que
se escribió, como intentaré argumentar en este artículo.
(5). Villanueva Fernández, sin embargo, intenta explicar la multiplicidad de
acción, lugar y tiempo en esta comedia (362-64).
(6). Así lo hacen, por ejemplo, Villanueva Fernández
(356-62), Selig (5) o Anne Cruz, quien escribe: “…in Antonio Mira de Amescua’s
entirely ahistorical play La hija de
Carlos Quinto, on her arrival from Portugal, Juana names Madrid the capital
of Spain and rejects marriage to Archduke Matthias of Habsburg (her nephew,
born in 1557) in order to found a convent where she will profess as a nun”
(104).
(7). Carlos V abdica en Bruselas el 25 de octubre de 1555 y regresa a España
para retirarse al monasterio de Yuste el 4 de noviembre de 1556. Allí pasó los
últimos dos años de su vida, antes de morir el 21 de septiembre de 1558. Por su
parte, su hija doña Juana fundó el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid
en 1557. Sin embargo, nunca profesó como monja franciscana como se deja
entender en la comedia, aunque sí se mudó a vivir al convento en 1570, y allí
residió hasta su muerte. Esto no quiere decir que dejara de interesarse por la
vida de la Corte. De hecho, utilizó el Monasterio de las Descalzas como
plataforma para influir en la política de su tiempo.
(8). Un excelente análisis de la construcción de la imagen de Madrid como Corte
Católica en María José del Río Barredo 173-204.
(9). El encuentro nunca pudo haberse producido, ya que
Carlos V estuvo fuera de la península de 1543 a 1556, y Juana partió para
Portugal en 1552.
(10). Las recreaciones de esta leyenda son innumerables.
Existe, por ejemplo, una excelente representación pictórica del episodio en el
cuadro Acto de devoción de Rodolfo de
Habsburgo, catalogado en el Museo del Prado con el número 1645. El paisaje
del cuadro fue pintado por Jan Wildens (1586-1653) y las figuras por Pedro
Pablo Rubens (1577-1640). Aunque se desconoce la fecha exacta de su
composición, esta pintura aparece registrada por primera vez el año 1630 en el
inventario de la colección del Marqués de Leganés con el número 105. Y Calderón
lo incluye en varios de sus autos sacramentales, entre ellos El segundo blasón de Austria (1679)
Según Arellano y Pinillos, las posibles fuentes de la pieza calderoniana serían
la Emblemata regiopolítica de Juan
Solórzano (1653), la Corona virtuosa y
virtud coronada, en que se proponen los frutos de la virtud de un príncipe, … del P.J. Eusebio Nieremberg (1643), y la Monita et exempla politica de Justo
Lipsio (1605), fuente a su vez de Nieremberg (37).
(11). Existen también anécdotas destinadas a encomiar el compromiso
de los Austrias con la defensa de la Eucaristía que tienen como protagonista al
Infante Cardenal Don Fernando, hermano de Felipe IV, de quien Mira fue capellán
(1619-32). Por ejemplo, en la relación de su viaje a los Países Bajos se cuenta
que, cuando entró en Bruselas el 4 de noviembre de 1634, lo primero que hizo
“fue, como buen austriaco, buscar a quien se ha mostrado tan agradecido al
devoto celo de esta Augustísima Casa, levantándola a tan grande fortuna, y así
con este deseo llegó a la Iglesia Colegial de Santa Gúdula, en cuyas puertas se
apeó, para adorar las tres sagradas hostias que la impiedad de los judíos hizo
dar testimonio, para su confusión y la de tantos herejes, de la verdad del
Santísimo Sacramento de la Eucaristía…” (Aedo 196).
(12). La exaltación de la
Casa de Austria como defensora del Sacramento de la Eucaristía y paladín del
catolicismo frente a la herejía es un motivo frecuente en la dramaturgia de
Mira de Amescua, concretamente en muchos de los autos sacramentales que
escribió: La Santa Margarita (1617),
La Inquisición (1624), La
fe de Hungría (1626) o La jura del príncipe (1632) son algunos
ejemplos. Esta insistencia es perfectamente explicable en un género dramático
vinculado a la celebración de la festividad del Corpus Christi, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de
los autos escritos por Mira se representaron en el Corpus madrileño. Nada más
natural, por tanto, que armonizar el contenido doctrinal de las piezas con la
posibilidad de exaltar a la monarquía reinante. Sin embargo, La hija de Carlos V es una comedia
histórica y, aunque es cierto que existen muchos puntos de contacto entre el
contenido de los autos de Mira y sus comedias, la omnipresencia de este motivo
en un discurso con el que Carlos V pretende orientar a sus hijos en el
desempeño de sus nuevos cargos no deja de resultar chocante. Una buena edición
de los autos sacramentales de Mira de Amescua en el volumen VII de las obras
completas publicadas bajo la coordinación de Agustín de la Granja.
(13). El Santo Oficio
denominaba a los provocadores que cuestionaban con sus actos el Sacramento de
la Eucaristía luteranos sacramentarios. Sus ataques aumentaron en el siglo
XVII, ya que los tratados de paz con los países reformados hacían posible la
entrada de protestantes en los templos católicos a la hora en que no se
celebrara misa. El problema es que en los templos de mayor tamaño y en las
catedrales se leía con frecuencia misa en las capillas laterales, por lo que
era difícil evitar que la entrada de exaltados coincidiese con la celebración
del santo sacrificio. El rechazo de los fieles españoles a este tipo de agravio
y la dureza de la reacción inquisitorial se explican no tanto porque
supusieran una negación del dogma
católico, sino porque se ofendía públicamente a Dios, con lo cual el atacante
no sólo ponía en peligro su salvación, sino también el bienestar de la
Monarquía, que podía ser castigada por tolerar estos delitos (Thomas 375-76).
(14). Las directrices de la política oficial, sin embargo, no
gozaron de la aprobación universal, sino que llegaron a crear cierta polémica.
Así lo demuestra una carta de don Francisco de Quevedo, dirigida “al presidente de Castilla, don
Francisco de Contreras, o quizá más bien al conde de Olivares,” y que está
fechada en Madrid a 9 de julio de 1624.
Naturalmente, Quevedo no cuestiona la gravedad del delito o la conveniencia de
castigarlo, sino más bien que el castigo fuera público: “Digo, Señor, que
siempre tuve por inconveniente político (confesando por más acertado lo que el
Santo Oficio ordenó) quemar vivo con solemnidad a Benito Ferrer, que murió por
sus errores tan obstinado y tenaz, que dél se cogieron semejantes escándalos; y
que a su imitación, otros ambiciosos de nombre y posteridad y rumor de los
pueblos y naciones, se pasarían riendo por las llamas. Apresuróse, como se ve,
más de lo que yo quisiera la imitación de aquella porfía, y cuatro días ha
padecemos, en el más sacrílego ultraje, el propio sacrilegio” (525). Está claro
que Quevedo escribe su carta como reacción a los actos de Reinaldo Peralta
quien, según él, habría actuado por pura mímesis. Para don Francisco, este
deseo de emulación se explicaría por la mentalidad del pueblo: “Tiene toda la
gente baja en tanto precio la vida y salud, que cuando ven que uno la desprecia
y busca la muerte animoso y resuelto, no saben llamarlo loco ni temerario; y al
que no alaban lo ponderan y encarecen (525). Por ello, es recomendable quemar a
los sacramentarios en secreto o, en su
defecto, fuera de la capital del reino: “Y cuando no se les quiera dar el fuego
(a los obstinados y endurecidos) en secreto, no sea en la corte, donde nunca ha
sido, por la asistencia en ella de los embajadores de príncipes herejes, y el
concurso de naciones; lo que no hay en Toledo. Y así menos se irritan con el
castigo, y menos se fortalecen en su error con el espectáculo; y cuando lo
sepan es diferente la eficacia de la relación a la de la vista” (526). Es
decir, si el entorno político de Felipe IV y Olivares veían la Corte como el
lugar idóneo para escenificar ceremonialmente los principios religiosos de la
monarquía por la gran concentración de gente de diversa procedencia, Quevedo
adopta la postura contraria por lo que se refiere a las actividades
inquisitoriales. Termina su carta el escritor sugiriendo una serie de medidas
para evitar que se produjeran nuevas profanaciones: “Para esto conviene mucho
que no haya altar donde se celebre sin verjas, donde con gran prohibición
entren sólo sacerdote y acólito…Y restituyendo esta clausura tan debida a tan gran
sacramento, se conseguirá que los herejes no puedan llegar a los altares con
manos violentas” (526). Esta carta aparece reproducida con el número XXVI en el
segundo volumen de las Obras de
Quevedo editadas en la BAE por Aureliano Fernández-Guerra, y por ella citamos.
(15). En el panegírico a la ciudad de Madrid que
Mira desarrolla en La hija de Carlos
Quinto (vv. 1420-1552) intenta fomentar la devoción a la Virgen de Atocha
entre los madrileños arguyendo que su imagen llegó a la ciudad en tiempos de
Constantino, enviada por el mismo San Pedro al obispo Sergio (vv. 1459-1476).
La identificación de Madrid con la dinastía austriaca y su devoción mariana
también se hace patente en su auto sacramental Nuestra Señora de los Remedios, escrito entre 1624 y 1632 (Castañeda
146): Es imagen que ha traído/San Pedro a Roma […]/y pronostico […]/que esta
imagen en Madrid,/ emporio dichoso y rico/e la mayor monarquía/y dosel que
Carlos Quinto/colocó a las majestades/de sus nietos, será un tipo/de los
cielos, será imagen de maravillas, asilo/de pecadores, […]/porque allí, con sus
milagros, será (en sentido mixto)/segundo Dios…(vv. 158-77). Cito por las
ediciones de los autos incluidas en el volumen VII de la colección coordinada
por Agustín de la Granja y publicada en el 2007 por la Universidad de Granada.
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