Cosas que
olvidŽ de M‡gina. Memoria e historia en una ciudad literaria
Queens College
Literatura y ciudad es una relaci—n propicia para hacer lecturas
pol’ticas, especialmente cuando se habla de ciudades concretas en momentos
hist—ricos precisos, que se imponen sobre otra clase de acercamientos cr’ticos.
Sin embargo, la literatura construye tambiŽn ciudades imaginarias que
establecen otra forma de di‡logo -indirecta, metaf—rica- con la Historia. La
inexistencia f‡ctica de la ciudad literaria no llega a obturar las relaciones
que puede establecer Žsta con el contexto de producci—n y/o de recepci—n cuando
un lector interesado en hacer conexiones socio pol’ticas relaciona ese espacio
urbano literario con problem‡ticas hist—ricas. En el dise–o de esa ciudad
construida con palabras, en su arquitectura social, en las relaciones que la
constituyen y la definen, se plasma una visi—n del mundo que dialoga natural y
autom‡ticamente con el contexto social de la obra.
El caso de
M‡gina -fundada en 1986 por Antonio
Mu–oz Molina en Beatus Ille- es
especialmente ilustrativo sobre c—mo las ciudades imaginarias mantienen un
correlato hist—rico relevante con su contexto de producci—n. Pocos a–os antes,
en 1981, la incierta remodelaci—n institucional espa–ola despuŽs de cuarenta
a–os de feroz dictadura nacional cat—lica hab’a reconocido el rostro del pasado
en un teatral intento de golpe de estado que inclu’a t’picos tricornios de
guardia civil y la milagrosa intervenci—n final del Rey para reafirmar y confirmar
el orden institucional establecido y, de paso, coronarse simb—licamente como
monarca democr‡tico para dejar as’ atr‡s su ominoso pasado como sucesor formado
e impuesto a la sociedad por Franco. La transici—n de la dictadura a un estado
democr‡tico -hoy recordada como pac’fica y ejemplar aunque en sus tiempos fuera
incierta, convulsa y violenta- deb’a decidir el futuro del pa’s y adoptar una
pol’tica para manejar el pasado inmediato: volver al sistema republicano
atacado por el fascismo en 1936, rechazar la validez de la dictadura y juzgar
sus cr’menes o aceptar la monarqu’a parlamentaria, el modelo dise–ado por
Franco y sus secuaces, y extender la impunidad de los criminales como base para
un orden que s—lo mirara hacia adelante. El partido socialista adhiere a esta
œltima opci—n, abandona estratŽgicamente el marxismo y las reivindicaciones de
la resistencia al rŽgimen, gana las elecciones y deja de lado cualquier intento
de revisar los cr’menes del franquismo. A comienzos de los a–os noventa, la
modernizaci—n de Espa–a se lleva adelante con la vista al frente, hacia un
futuro europeo y un desembarco econ—mico y cultural en LatinoamŽrica. Son
tiempos interesantes para el anticomunismo: hace ya una dŽcada que las
pol’ticas conservadoras se imponen en Estados Unidos e Inglaterra y se
desarrolla una econom’a basada en la especulaci—n financiera que destruir‡ la
industria y las organizaciones sindicales que florec’an alrededor de ella en
buena parte de Occidente. La ca’da del muro de Berl’n y la desestabilizaci—n
del bloque soviŽtico abrir‡n las
puertas a triunfales declaraciones en favor de un nuevo orden conservador que
ebrio de goce proclama a travŽs de su gurœ Francis Fukuyama el fin de la
historia y el triunfo final, total y definitivo del sistema capitalista. La
fundaci—n y el Žxito de la ficticia ciudad de M‡gina se produce
en este contexto y est‡ en total consonancia con Žl.
Una ciudad sin pol’tica
La aparici—n
de Beatus Ille (1986) fue recibida
con efusi—n por la cr’tica literaria que -en sinton’a
con la Žpoca- evaluaba la literatura en base a sus compromisos hist—ricos. Las
obras que todav’a en los a–os ochenta tematizaban el complejo pasado pol’tico
del pa’s -la guerra civil, la represi—n, la dictadura, la resistencia- corr’an
el riesgo de ser categorizadas por gran parte de la cr’tica especializada como
obsoletas, ancladas en un pasado superado, pasadas de moda, repetitivas y
anquilosadas. Otros textos, m‡s experimentales, superficiales o desligados de
consideraciones contextuales ten’an la virtud de superar el pasado pero eran
evidentemente incapaces de ser reivindicados y exhibidos como una literatura
nacional representativa que manejara la inc—moda historia espa–ola del siglo
XX. La narrativa de viajes y cosmopolitismo que asoma su rostro superficial a
mediados de los a–os ochenta y termina siendo masiva en los noventa ostenta una
evidente falta de profundidad para quienes consideran que la literatura debe
portar sentidos m‡s o menos trascendentes. La fundaci—n de M‡gina viene a
calmar la ansiedad ante ese vac’o con una receta magistral: la inclusi—n de la
Historia convenientemente despojada de sus efectos m‡s urticantes -las
discusiones pol’ticas- y jaqueada por juegos metaliterarios a tono con la
estŽtica de la posmodernidad.(1) De hecho, el dise–o de la ciudad
ficcional incluye una tecnolog’a de representaci—n que permite manipular la
historia reciente del pa’s sin reabrir viejas heridas a travŽs de una narrativa
que presenta primero posiciones pol’ticas reconocibles y luego las deconstruye
para desactivarlas y volverlas inofensivas.
M‡gina se
constituye m‡s bien dentro de la l—gica posmoderna del simulacro y la
superficialidad que desgasta el espesor de los sentidos pol’ticos. La aparente inscripci—n
plena de las tramas en la Historia se diluye a medida que cada texto avanza y
esa disoluci—n pone en evidencia uno de los efectos m‡s consistentes de este
tipo de literatura: el desplazamiento y la subversi—n de los valores
ideol—gicos para entronizar un vistoso paradigma m’tico literario. M‡gina es la
ciudad refugio que funciona efectivamente para desarticular la potencia de las
luchas pol’ticas que marcaron la historia del pa’s. Pr—fugos de un Madrid
tomado por las fuerzas conservadoras de turno -desde el siglo XIX hasta el
franquismo-, el doctor Mercurio, Jacinto Solana, Minaya y el Praxis llegan a la ciudad de provincias para salvar sus vidas
porque dentro de ella, milagrosamente, el enfrentamiento pol’tico se atenœa
hasta volverse inocuo: aunque sea hist—ricamente improbable, nadie los persigue
all’ y ellos tampoco continuar‡n con la lucha que llevaban adelante en la
capital del pa’s. Llegar a M‡gina es una forma de separarse y protegerse de las
tormentas pol’ticas de la Žpoca en la que viven y entrar en un orden
tradicional regido por l—gicas circulares m‡s cercanas al mito y la literatura
que al desarrollo de los acontecimientos hist—ricos.
Beatus Ille y El jinete
polaco (1991) neutralizan los conflictos pol’ticos que articulan la
historia espa–ola y proponen, en cambio, un orden circular, vistosamente
repetitivo m‡s acorde con las estructuras narrativas que ponen en escena. Si
bien los textos est‡n focalizados en hŽroes perseguidos por los conservadores y
esto sugiere la adhesi—n de las novelas al bando vencido en la guerra civil, se
descubrir‡ que en realidad los supuestos militantes comprometidos con la lucha
pol’tica viven rom‡nticas pasiones personales que repiten especular y vistosamente
las de otros personajes en una suerte de orden m’tico literario, siguen morales
individuales y est‡n negados a todo compromiso social y grupal. Minaya llega
escapando de la represi—n franquista de los a–os sesenta en la universidad y
termina abocado a estudiar la figura de Jacinto Solana, el poeta republicano de
la generaci—n del 27, v’ctima de la persecuci—n de la posguerra, asesinado por
la Guardia Civil. A medida que avance la novela, sabremos que ni Minaya est‡
muy interesado en el compromiso pol’tico del poeta sino m‡s bien en sus
virtudes literarias; ni Solana est‡ muerto ni merece ser admirado sino que es un
cobarde y un impostor. El comandante Galaz, hŽroe republicano de la ciudad que
impidi— el alzamiento fascista, ser‡ develado como un hombre ’ntegro que no
adhiri— a ninguna causa pol’tica sino que sigui— los mandatos del deber. El
abuelo de Manuel cay— prisionero de los nacionales por cumplir con su deber de
guardia republicano pero no mantiene con el bando vencido ninguna relaci—n
ideol—gica consistente. Al contrario, durante la dictadura -a escasos a–os de
ser liberado de un campo de concentraci—n fascista- da rienda suelta a sus
pasiones individuales por los grandes hombres que le permiten admirar por igual
a pol’ticos republicanos, cient’ficos y fascistas como Hitler, Mussolini,
Mill‡n Astray y Primo de Rivera.
Semejante
criterio de construcci—n de personajes insertos anacr—nicamente en la historia
de la posguerra civil espa–ola s—lo puede tener sentido en un contexto donde la
pol’tica haya perdido su peso espec’fico y la historia se haya vuelto un mero
decorado tan difuminado que las incoherencias y la falta de verosimilitud no
vuelvan al texto ilegible. Entre 1939 y 1975, digamos, la imagen de un
sobreviviente de un campo de concentraci—n fascista que admira a sus
victimarios cuando dan discursos en la radio y los pone al mismo nivel que a
pol’ticos republicanos y hombres de ciencia necesita al menos de una buena explicaci—n
para no verla como un insulto a las v’ctimas del fascismo. En 1985 cifra, en
cambio, el esp’ritu de tiempos de conciliaci—n y consenso y es inteligible
dentro de la l—gica del texto sin que su postura merezca un comentario por
parte de un narrador letrado que se–ala a ese hombre -su abuelo- como el origen
de su narraci—n y de su estŽtica, de su pasi—n por los relatos m‡s all‡ de la
ideolog’a. El Žxito de las novelas de M‡gina se debe en parte a esta sinton’a
con las l—gicas pol’ticas dominantes en el momento de su edici—n y a la
eficacia con que conjuga la adhesi—n a valores humanos trascendentes con el
simulacro de una pertenencia a la causa republicana.
El jinete polaco, de hecho, es tomada como
ejemplo de una memoria posible del tumultuoso siglo XX espa–ol. La rememoraci—n
que Manuel hace de su historia personal -y con ella, de la de M‡gina- tiene
todos los elementos para llamar la atenci—n de la cr’tica interesada en los
relatos de memoria: desde un departamento en Manhattan, a travŽs de las
fotograf’as antiguas de la ciudad, el narrador compone un relato al que
expl’citamente le asigna un valor ambiguo a mitad de camino entre el recuerdo y
la invenci—n. A travŽs de una trabajosa elaboraci—n recorre la historia
familiar, la personal y la colectiva en un tumultuoso recorrido que arranca en
el siglo XIX y termina en el momento de la rememoraci—n, 1991. La novela es
especialmente densa por la complejidad de su estructura, las referencias
expl’citas a la vida del autor -que a la vez habilitan y obturan una lectura
autobiogr‡fica- y la multiplicidad de elementos que entretejen la narraci—n
-voces impostadas, gŽneros menores, materiales de la memoria, etc.- y es
habitualmente le’da como uno de los textos m‡s representativos de los esfuerzos
para llevar adelante la memoria de la Espa–a posfranquista. Es incluida,
adem‡s, en art’culos, monograf’as y tesis como parte de una memoria republicana
posible por la inscripci—n pol’tica que los personajes ostentan al comienzo del
texto, sin considerar que Žsta luego es sistem‡ticamente deconstruida para reivindicar
posiciones individualistas acordes con el esp’ritu de Žpoca de finales de la
dŽcada del 80.
La
conciliaci—n de los bandos enfrentados no termina con esta imagen diluida del
bando vencido: para no exacerbar la representaci—n con tonos tr‡gicos de
tortura, adoctrinamiento y represi—n, es preciso tambiŽn difuminar la imagen
del rŽgimen. As’, en la M‡gina que en los noventa representa la dictadura, no
hay falangistas. S—lo aparece uno que est‡ ciego y es m‡s bien una v’ctima de
los horrores de la guerra que vive torturado por el pasado. Tampoco hay curas
imponiendo el pensamiento nacional cat—lico en las escuelas, a pesar de que el
narrador recuerda su vida como alumno.
El paisaje de
la dictadura en la ciudad cuenta, sin embargo, con personajes perversos,
traidores y amorales: los militantes de izquierda.(2) El Praxis,
joven profesor de literatura que llega desde Madrid huyendo de la represi—n en
la universidad y que a riesgo de su vida trata de cambiar el tradicional estilo
did‡ctico autoritario en las aulas para fomentar la participaci—n de los
estudiantes, est‡ caracterizado como un miserable villano que utilizar‡ su
militancia para seducir, enga–ar y llevarse a la cama a la hija del comandante
Galaz, una joven americana fascinada por el romanticismo del compromiso
pol’tico.
Nadia,
seducida y abandonada es salvada de las garras de los agentes de la brigada pol’tico
social por otro modelo de moral del texto: el subcomisario Florencio PŽrez.
Le abri— Žl mismo la puerta trasera, se inclin— un
poco al dejarla pasar y ella pens— que iba a besarle la mano. ÇSe–orita,
disculpe por todo, y presŽntele mis respetos a su padre.È Ni una duda, ni una
palabra en falso, ni una concesi—n. ÇÀLo conoce
usted?È, dijo Nadia, ya subida en el taxi. ÇNos conocimos hace mucho tiempo.
Pero seguramente Žl no se acordar‡ de m’.È (Jinete
369)
As’, el modelo
moral opuesto al del lascivo comunista es el caballeroso jefe de una polic’a
franquista pac’fica y contemporizadora que da clases de moral y, en definitiva,
alerta a las jovencitas extranjeras de lo terrible que es caer en manos de los
ego’stas esbirros del comunismo internacional que s—lo buscan satisfacer sus
bajos deseos personales.
El
subcomisario es, adem‡s, amigo ’ntimo del Teniente Chamorro, un anarquista que,
desenga–ado de la militancia, limita su acci—n al ‡mbito personal y al que el
polic’a se ve obligado -pidiŽndole disculpas mientras comparten un cafŽ cuando lo
va a buscar a su casa- a encerrar preventivamente en la c‡rcel cuando Franco va
a cazar por la zona.
Esta simp‡tica
imagen costumbrista de las relaciones entre los representantes de la represi—n
del rŽgimen fascista y de la oposici—n reafirma la idea fraguista de que en los
a–os sesenta el franquismo era una dictablanda
cuyo peor defecto era el sopor de una cultura provinciana y moralista pero, en
el fondo, pac’fica y tradicionalmente caballeresca que la volv’a
folkl—ricamente atractiva para el turismo.
Novelas de la memoria [de la transici—n]
Las dos
primeras novelas de M‡gina suelen aparecer como objeto de estudio de quienes se
ocupan de problemas de memoria hist—rica ya que ofrecen -como vimos-
interesantes perspectivas sobre el controvertido e inc—modo pasado de la Espa–a
posterior a la guerra civil. Sin embargo, la representaci—n de la vida en esa
imaginaria ciudad de Andaluc’a durante la dictadura franquista s—lo puede
explicarse en funci—n de las necesidades del momento de la escritura, es decir,
de las condiciones culturales, sociales y pol’ticas de finales de la
transici—n, un momento que hace tolerables las caracterizaciones de vencedores
y vencidos que las novelas ponen en escena. Si tomamos esto en cuenta, Beatus Ille y El jinete polaco son dos novelas de la memoria, s’, pero de la
memoria segœn/para/desde 1986 y 1991 respectivamente, dos formas de mirar el
mundo que tienen sentido en funci—n de las problem‡ticas pol’ticas y las
pr‡cticas de memoria hist—rica de esos a–os. Las imprecisiones o incongruencias
hist—ricas, los silencios de M‡gina, su notorio anticomunismo recubierto con la
ret—rica del desencanto anti pol’tico ÐestratŽgicamente reinterpretado hoy como
republicano sin ambages-, s—lo tienen sentido en funci—n de las pol’ticas de
consenso dominantes en el final de la transici—n. (3)
Ser’a
productivo, entonces, pensar estas novelas como Òde la memoriaÓ pero Òde la
memoria de la transici—nÓ o Òde las pol’ticas de la memoria de la transici—nÓ
que son, en definitiva, a las que estos textos responden. El paisaje de M‡gina
nos muestra una dictadura mediocre y aburrida pero nunca cruel y dogm‡tica como
son quienes dicen luchar contra ella, estos villanos izquierdistas que usan la
imagen rom‡ntica del compromiso pol’tico para sus mezquinos fines. Los modelos
morales son estrictamente individuales, personajes que est‡n orgullosos del
trabajo que hacen, m‡s all‡ de sus adhesiones pol’ticas que son, en œltima
instancia, casuales y superficiales. El pasado se mira pac’ficamente con
nostalgia despojado de contenidos pol’ticos y de conflictos pendientes: la
dictadura no debe nada, ni siquiera explicaciones y los que luchan contra ella
s—lo buscan obtener beneficios personales a costa de inocentes como Nadia o el
padre de Jacinto Solana a los que ese falso compromiso pol’tico terminar‡
perjudicando.
La
moraleja de
las dos novelas es la misma: Òno te metas en pol’ticaÓ. Es,
b‡sicamente, una
lecci—n que ya circulaba en plena dictadura como parte del
adoctrinamiento escolar
difundido para inmovilizar a las masas y que los tiempos de la
transici—n reactivan aprovechando la situaci—n posmoderna y el
desprestigio de las utop’as de izquierda.
Cosas que olvidŽ de M‡gina
En los noventa,
Antonio Mu–oz Molina se consolida como un escritor nacional, sus columnas aparecen
habitualmente en el diario El Pa’s y
su figura se entroniza como imagen de la literatura moderna y contempor‡nea que
deja atr‡s los a–os de la dictadura y representa los tiempos de una Espa–a
moderna integrada a Europa. M‡gina vuelve con Plenilunio (1997), estropeada por los males de la modernidad: sus
paseos pœblicos est‡n afeados por drogadictos y sus barrios, por pobres. Un
asesino serial asqueado por ese paisaje de pobreza y decadencia, comienza a
matar ni–itas. Como una continuidad de las figuras morales que supieron habitar
los cuarteles de la Guardia Civil en las novelas anteriores, el hŽroe del texto
es un polic’a que Òaparece como una rŽplica de la integridad moral del exiliado
republicano de El jinete polacoÓ
(Navajas 117).
Sin embargo, el
inspector es un traidor a las convicciones de sus mayores: su padre fue
encarcelado durante la dictadura franquista y vivi— luego por dŽcadas Òdesalojado
de la vida normal por tantos a–os de clandestinidades y c‡rcelesÓ, una vida que
el polic’a interpreta en el presente como condenada
por el Òfanatismo pol’ticoÓ (Plenilunio 321). ƒl, en cambio, no s—lo
se volvi— agente del rŽgimen que encarcel— a su padre sino que hizo su carrera
como miembro de la polic’a social infiltrado en la
universidad para denunciar a sus compa–eros de estudio: una imagen contundente
y activa -tambiŽn extrema- de reacci—n contra el compromiso pol’tico que la
ciudad de M‡gina condena en cada texto.
Si bien el
hŽroe de Plenilunio trabaja para la
dictadura, traiciona la memoria de su padre y a sus compa–eros estudiantes y hasta
justifica y practica la tortura, la novela lo entroniza como una figura ’ntegra
que gran parte de la cr’tica acepta como tal, porque el texto no cuestiona -m‡s
bien celebra- esa traici—n.(4) El inspector
actœa contra quienes est‡n comprometidos pol’ticamente y son los villanos, que
no merecen ninguna lealtad en la l—gica de la novela. De hecho, para reforzar
su imagen heroica, el inspector llega tambiŽn a la ciudad a buscar refugio de
los conflictos pol’ticos. No lo persigue el gobierno represor de Madrid -esta
imagen vale s—lo para la M‡gina del pasado- sino, en cambio, un enemigo del
Estado espa–ol moderno: por su trabajo como polic’a en el Pa’s Vasco, es un
objetivo de ETA.
A la lista de
villanos -encabezada por el asesino serial y los etarras, a los que el
protagonista pone en el mismo nivel- se agrega el despreciable ex esposo de la
sufrida maestra de la ni–a asesinada. Es un militante comunista que utiliza
hip—critamente las doctrinas marxistas para someter mujeres y lograr sus
perversos, ego’stas, miserables fines. As’, le organiz— la vida a la joven
maestra con una fŽrrea y dogm‡tica disciplina soviŽtica que recuerda las
pesadillas difundidas por el anticomunismo macartista. El siniestro consorte
ser‡ Òcomo el C—digo Civil y el
C—digo Penal, un monstruo de la jurisprudencia, el juez, el fiscal y el testigo
de cargo al mismo tiempo, el comprometido y el atormentadoÓ (Plenilunio 227), una
mezcla del horror institucional estalinista con una hip—crita praxis militante
anti burguesa. A–os despuŽs, ya divorciada, sola y aburrida en la mediocridad
de la ciudad de provincias, la maestra se ver‡ arrastrada a una pasi—n oto–al
por las virtudes del modelo moral del texto, el inspector-torturador. As’, la
construcci—n de la ciudad continœa el esquema anticomunista esbozado en las
novelas anteriores aunque ya en los a–os noventa con renovados villanos
enemigos del estado nacional central que se equiparan con man’acos asesinos
seriales, con un fr’o desprecio por los compromisos pol’ticos -que se muestran
invariablemente como estruendosos fracasos pasados de moda- y con una mirada
nost‡lgica por un idealizado pasado mejor pleno de tradiciones c’clicas,
paisajes rurales, valores morales y ense–anzas familiares perdurables.
M‡gina vuelve
casi diez a–os despuŽs, ya en el siglo XXI, en un momento en el que se habla pœblicamente
de memoria hist—rica en Espa–a. Se hace necesario, entonces, actualizar la
imagen de esa ciudad que funcionaba como memoria eficaz en 1986 y 1991 pero que
le’da en 2006 resulta abrumadoramente obsoleta o conservadora si se leyeran
-como hacemos- los textos pol’ticamente -lectura que, sin embargo, no abunda
aœn en la copiosa cr’tica dedicada al autor-. El
viento de la luna (2006) retoma la voz narradora de El jinete polaco anclada en 1969 en una novela que da cuenta de una
transici—n personal que cifra otra colectiva. El ni–o se transforma en
adolescente, se prepara para dejar la infancia y el mundo del pasado para
reivindicar una modernidad enlazada con la tecnolog’a del mundo moderno que
pone al hombre en la luna. En esta nueva versi—n de M‡gina s’ hay personajes
ligados a la cultura de la dictadura que estaban ausentes en las primeras
novelas: ahora el ni–o sufre las clases dictadas por curas conservadores, el adolescente
desconf’a de los curas modernos en los sesenta y el personaje del falangista
ciego que en El jinete polaco era
casi una v’ctima se redefine como una figura siniestra. Aparece tambiŽn el
repugnante Baltasar, un estraperlista que se hizo rico en la Žpoca del
racionamiento durante la dictadura. La familia del narrador esta vez se
identifica decididamente con el bando vencido, perjudicada econ—micamente por el
rŽgimen y amenazada por la violencia falangista. Hay, en esta remozada versi—n
de la ciudad -en sinton’a con las noticias que en el momento de la publicaci—n
de la novela pueblan los peri—dicos espa–oles trayendo a la memoria las
ejecuciones sumarias y las fosas comunes en las afueras de los pueblos-, tapias
ametralladas por las balas de los fusilamientos. Los personajes de la novela
las reconocen y saben y recuerdan perfectamente quŽ pas— despuŽs de la guerra.
Todos estos elementos estaban ÒolvidadosÓ
en la M‡gina previa que respond’a a un sistema organizativo completamente
distinto: las penurias econ—micas eran seculares, no hab’a curas que fueran
visibles en la vida escolar de un adolescente, no hab’a falangistas, ni
venganzas, ni estraperlo, ni fusilamientos. La posguerra no hab’a afectado
especialmente a la familia, por m‡s que el abuelo del narrador hubiera estado
preso en un campo de concentraci—n: ni una requisa a medianoche, ni
humillaciones, ni Cara al sol en el
espacio pœblico, ni la m‡s m’nima sugerencia de represalias sobre el bando
vencido puede leerse en la m‡gica M‡gina de El
jinete polaco.
El viento de la luna es una novela de tr‡nsito, de pasaje, de crecimiento
y, a la vez, propone y reafirma la imagen de la Espa–a moderna que deja atr‡s
el pasado de atraso y -ahora, en la M‡gina modelo 2006 que puede o debe recordarlo-
de crimen institucional. El ciego falangista y el estraperlista Baltasar
agonizan y mueren en el transcurso del relato y con ellos se pone
simb—licamente fin a una Žpoca que es mejor dejar atr‡s. El narrador prefigura el
movimiento de progreso que emprender‡ Espa–a cuando deje atr‡s la dictadura y
se integre a Europa: el joven Manuel madura, deja de lado las supersticiones de
la religi—n para abrazar la verdad de la ciencia y comienza entonces un tiempo
promisorio que lo llevar‡ al mundo, a Nueva York, a Bruselas. La llegada del
hombre a la luna junto con la muerte de los representantes m‡s visibles del
horror de la posguerra marcan simb—licamente el fin
del franquismo y auguran un futuro promisorio.
Se reponen
entonces en este texto las cosas que se olvidaron contar de M‡gina en El jinete polaco y se corrige la memoria
para adaptarla a tiempos m‡s sensibles a los criminales de guerra. Ya el abuelo
no reivindica a Hitler, a Mussolini ni a ninguno de sus secuaces espa–oles
porque no est‡ el ambiente en el siglo XXI para semejantes planteos. Ahora el
narrador sufre una escuela poblada de curas y pertenece claramente al bando represaliado
que ha perdido la guerra.
M‡gina es,
como vemos, una ciudad que va cambiando con el tiempo segœn las necesidades de
la Žpoca en la que cobra vida. Es posible seguir, entonces, su evoluci—n en
relaci—n no s—lo con la Žpoca representada, sino tambiŽn con los tiempos en los
que se escriben e inscriben las novelas. As’, la lectura del texto en el contexto
de su producci—n nos da una idea de c—mo funciona la ciudad y quŽ opciones
pol’ticas reivindica en la sociedad de la que proviene y en la que se inserta.
Una obviedad, despuŽs de todo, pero descuidada por gran parte de la cr’tica que
aborda la obra de Antonio Mu–oz Molina, incluso cuando lee sus textos en
relaci—n con la memoria hist—rica.
Notas
(1). Morales Villena saluda estas oportunas
caracter’sticas de la novela cuando la rese–a en ênsula. Bertrand de
Mu–oz retoma tiempo despuŽs ese texto y lo glosa para exaltar las virtudes de
la ficci—n frente a la historia: ÒCuando la guerra civil se hace mitolog’a y ya
no es sino un recuerdo, la libertad y el arte -sin sombras ni ataduras-
florecen en la nueva literatura como un ‡rbol de Jœpiter primaveral. Beatus Ille es un ejemplo de elloÓ. Las Òsombras y atadurasÓ son las de la pol’tica que para esta
posici—n obturan las cl‡sicas virtudes hort’colo mitol—gicas del arte. (15)
(2). En algunas novelas, como Beltenebros, el anticomunismo es m‡s obvio y radical. Jacqueline
Cruz analiza la construcci—n de la imagen republicana que el autor se asigna en
sus art’culos y la contrasta con la retr—grada visi—n del mundo plasmada en Plenilunio.
(3). Dejamos de lado la larga explicaci—n de las
relaciones entre las dos primeras novelas de M‡gina y la l—gica de la
Transici—n -la trataremos oportunamente- para tomar las œltimas novelas que
representan la ciudad y se–alar los ÒolvidosÓ corregidos en ellas.
(4). Jacqueline Cruz, en cambio, hace una productiva
y solitaria lectura de este siniestro personaje y de la consecuente
construcci—n ideol—gica que propone la novela al entronizarlo como hŽroe.
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