Lo abierto y lo cerrado: el espacio patagónico en la literatura de viaje
 
 

Ernesto Livon-Grosman

State University of New York at Albany


"History is itself a real part of natural history, of the transformation of nature into man" (Marx). Inversely, this "natural history" has no actual existence other than through the process of human history, the only part which recaptures this historical totality, like the modern telescope whose sight captures, in time, the retreat of nebulae at the periphery of the universe."

Guy Debord, The Society of the Spectacle.
 
 

Parte de una investigación más extensa, estas observaciones sobre la literatura de viaje en la Patagonia se proponen señalar varios de los temas que definen la evolución del género en general y su relación con un territorio particular. Proponen que la idea de la Patagonia como un espacio mitológico es anterior, como tantas mitologías, a la formulación de la nación o a la existencia misma de un territorio colonial y que esa construcción es posible gracias al palimpsesto que van constituyendo la sucesión de narrativas que se escriben como respuesta o continuación de otras que les preceden. Esto constituye más una trama que una progresión lineal en la que cada nuevo agregado sería una unidad separada de la anterior. Pero a partir del siglo XIX la autonomía que ha permitido, y estimulado, el paso de tantos viajeros queda contrapunteada por las narrativas criollas que se proponen explorar y escribir sobre la región con una urgencia política al servicio de la unidad nacional. Ambas miradas convergen en las obras que hoy ya conforman el rico corpus dedicado a crear y extender la idea de la Patagonia.

A pesar de que la literatura de viaje del siglo XVI al XIX es extensa como los territorios y las travesías de las que se ocupa, hay pocas zonas tan inhóspitas y de tan difícil acceso que como la Patagonia hayan sido capaces de atraer, a lo largo de los últimos dos siglos, semejante interés y producción narrativa. Atractivo que, en el caso de los viajeros no argentinos, se debe en parte a que estas narrativas tratan de un territorio independiente del país del que forma parte (1) y por lo tanto por siempre disponible para ser explorado, aparentemente fuera de una jurisdicción nacional definida. Para los argentinos esa misma falta de definición nacional es también un incentivo para el viaje a la Patagonia. Y la atracción por esa zona se debe también a que se la piensa desde un principio como un espacio vacío, inhabitado, cuya vastedad muchos viajeros imaginan como un excelente escenario en el cual recrear la ilusión de un origen geológico y antropológico. La Patagonia, cualesquiera sean los límites del territorio al que se le adjudica ese nombre, ha sido desde su primera inscripción en las narrativas de viaje una zona maleable para el imaginario europeo primero y criollo después.

Pero en el origen siempre hay por lo menos una pregunta y varias respuestas, series, interceptadas por otras series que construyen a la manera de una red la historia literaria de una tercera parte del territorio argentino que hoy conocemos como Patagonia. Esta investigación busca trazar las correspondencias entre la literatura de exploración y viaje dedicadas a la Patagonia y la incorporación legal y simbólica de ese territorio a la nación argentina. Correspondencias que abarcan entre otros temas el relevamiento geográfico, la Conquista del Desierto y los conflictos limítrofes de una zona que a fines del siglo XIX aún estaba parcialmente bajo control indígena. Relatos que por su influencia sobre otros viajeros y su contribución, directa o indirecta, a los diversos intentos por establecer la idea de nación tienen un carácter fundacional. A su vez, esta fundación contiene desde su primera manifestación un doble mito, el de la región como un territorio primigenio y tierra de nadie, y el de ese territorio como parte integral de la nación.

Al principio de esta serie de narraciones gran parte de los textos tienen un tono naturalista, una mezcla más o menos híbrida de etnografía, botánica, relatos de caza y aventuras de viaje (2). Sin embargo, es posible decir que como regla general las narraciones que construyen el mito patagónico pierden progresivamente sus ambiciones científicas a medida que el naturalismo del siglo XVIII y XIX se separa en discurso científico y literatura de viaje. Buena parte de la literatura del relevamiento patagónico es contemporánea al desarrollo de un modelo científico positivista que busca la objetividad desprovista del tono confesional e intimista que se asocia con muchas crónicas de viaje. En este contexto la literatura de viaje patagónica se presenta, en el pasado y quizás aún hoy, como un bricolaje. Un ensamble de observaciones que van desde la descripción de los hábitos alimenticios de los guanacos, hasta el descubrimiento y clasificación de nuevos especímenes botánicos pasando por las minucias de la vida de campamento hasta el juicio moral sobre las costumbres indígenas.

La insistencia y el énfasis de los temas varían; la mirada del viajero cambia en el transcurso de cuatro siglos de literatura de viajes dedicada a la zona. Sin lograr una distancia cismática tan completa entre el discurso narrativo y el científico como fue el caso de la separación de la biología o la geología de la literatura de viajes, la etnografía en cambio es una disciplina cuyos temas parecen resistir su compartimentalización y se encuentran presentes en prácticamente toda la literatura de viaje patagónica. El interés por los habitantes de la zona es una constante no siempre explícita en la justificación de estos viajes pese a que buena parte de las descripciones se concentra en la vida de los indígenas, sus métodos de caza, sus relaciones ínter tribales y, por supuesto, sus lenguas. Esto se comprende en parte porque la etnografía como disciplina no se separa de las ciencias naturales hasta fines del siglo XIX. También, en parte, porque el silencio, el tratamiento oblicuo de lo indígena funciona como un punto ciego, aquello que por ser problemático se trata como accidental o con dificultad y que, quizás por eso mismo, persiste.

El interés por la Patagonia, que se reactiva periódicamente con la publicación de trabajos periodísticos y de ficción, ya es parte de una larga tradición que comienza con los primeros viajeros españoles, portugueses y británicos y que se ha mantenido cíclicamente presente en la cultura británica tanto como en la argentina. De Antonio Pigafetta a Martínez Estrada pasando por Charles Darwin, George Musters y Francisco P. Moreno la continuidad del tema llama la atención en contraste con la ausencia de una crítica igualmente voluminosa que trate a estos textos como un conjunto (3). Y el corpus que forman estas narrativas de viaje llama la atención tanto por su valor histórico como por su volumen. La historia de un país es, entre otras, la historia del desplazamiento de sus fronteras y de su definición como territorio. Configuración complicada por el hecho de que en la idea misma de frontera ya existen dos lados, una doble narrativa, un orden de la realidad diferente a cada lado de esa línea divisoria. Y cada una de estas conforman otras historias que a su vez se ramifican o se truncan y dejan sin embargo un punto de partida para la próxima narrativa. Van creando un tejido que cuanto más se esfuerza en establecer una división entre lo indígena y lo europeo, como es el caso en las narrativas de la Conquista del Desierto, más termina afianzando esta conexión.

La representación de la Patagonia está directamente ligada a los desplazamientos de la frontera, siendo un espacio que el gobierno de Buenos Aires considera argentino, es decir parte del territorio nacional, pero a la vez sin una representación efectiva del estado. Trescientos cincuenta años después de la llegada de Solís al Río de la Plata en 1516, la Patagonia seguía siendo una zona sin asentamientos europeos ni criollos importantes. Esa diferencia o intersticio retrasa el cierre del mapa de la nación. Es la que permite la coexistencia de por lo menos dos literaturas: la argentina y la inglesa, y da lugar a una serie de intercambios que ocurren en por lo menos tres lenguas, el castellano, el inglés y que de forma alternada incluye a las diferentes lenguas indígenas, entre otras la Tehuelche y la Pehuenche.

Las relaciones que la literatura de viaje dedicada a la Patagonia tiene con la historia política del país es uno de los puntos de referencia posibles para establecer el imaginario social asociado con las expediciones civiles y militares que fueron tan importantes para la formación de una idea de nación y la consolidación de un estado central. Relación paradójica porque si el proyecto de nación necesitó ocupar militarmente territorios tan distantes de Buenos Aires como el Chaco y la Patagonia para poder afianzar ese centro luego se tornaría indiferente a su colonización y desarrollo.

Es tentador ver una correlación entre el proyecto de modernidad de los centros urbanos como una fuerza inversamente proporcional a la colonización e incluso la explotación de la Patagonia: cuanto más avanza el desarrollo industrial del país menos atención se presta a la zona que los argentinos refieren eufemísticamente como el Sur. Durante el siglo XX la representación de la zona se vuelve cada vez más abstracta y mediada. En la medida en que los recursos y el desarrollo económico del país se concentran en Buenos Aires y las otras grandes ciudades, la colonización de la Patagonia se transforma en un proyecto cada vez más lejano y menos concreto, idealizado. Ese mito, que como todo mito ha quedado vaciado de historia, prometería ilimitadas posibilidades en un paisaje que tanto en el imaginario argentino como en el británico se piensa como un espacio sublime e incluso utópico. Es difícil considerar la continuidad de esa idealización como parte de la vida cultural argentina sin pensar en esos cuatro siglos de literatura como un factor importante para la imagen de la Patagonia (4).

La motivación intelectual de la gran mayoría de los viajeros no argentinos se origina en el esfuerzo por extender los límites de un saber científico directamente asociado a la estructura colonial británica y española. En los viajeros argentinos, en cambio, este proyecto científico se pone al servicio de la consolidación del estado y la reafirmación de la soberanía nacional, de ahí que sus viajes sean posteriores. La estrategia de relevamiento que se encuentra en las narrativas británicas es similar, aunque no idéntica, a la de los argentinos. En ambos casos se trata de constituir grandes bancos de datos y establecer una clasificación de información y objetos que permitan un control de la zona por medio del relevamiento topográfico y etnográfico. Pero los viajeros argentinos muy pronto quedan asociados a la campaña militar que a fines del siglo XIX inicia la construcción de un sistema de comunicaciones y fortines en vistas a una ocupación más permanente. Es sobre esta misma empresa, que es a la vez relevamiento científico y campaña militar, se van a fundar nuevos museos de ciencias naturales y reorganizar las primeras colecciones científicas que le preceden. A la vez estos archivos, colecciones de piezas geológicas, dioramas, herbarios, serían aquellas que permitirían formular las leyes civiles que legislan la región y las naturales que justificarían sus límites internos y externos. A la etapa que precede la Conquista del Desierto, aquella que inicia el archivo pero que aún no es capaz de ofrecer una imagen completa o general de la región, le corresponden viajeros como Antonio Pigafetta, Thomas Falkner y Charles Darwin.

La segunda etapa trata de completar lo que hasta el momento se había presentado sólo parcialmente. Fragmentos de mapas, relevamientos incompletos a la espera de un nuevo grupo de viajeros que en un mismo gesto van a emitir el certificado de defunción de las comunidades indígenas y establecer un relevamiento oficial tras la llamada Conquista del Desierto. Después de todo, nombrar los lugares y establecer los mapas de la zona son actividades que forman parte de una misma campaña gubernamental de ocupación que hace el relevamiento oficial de la región tras la campaña militar de Julio Argentino Roca una manera de evaluar el botín de guerra. De este segundo momento, de esta ocupación mediada por el viajero oficial, son buenos ejemplos Estanislao Zeballos, Ramón Lista, Roberto Payró y muy especialmente Francisco Moreno.

El tercer estadio, del que se puede decir que aún no ha terminado, se caracteriza por la metaforización del territorio patagónico, la recuperación de aquella naturaleza que había sido sinónimo de lo vacío y la identificación de ese territorio como el repositorio del futuro de la nación. Este tercer momento de esta serie es aquel en el que se han reducido los obstáculos que impiden el ejercicio de una autoridad política y legislativa centralizada por la desaparición de las poblaciones indígenas y el establecimiento de una primera población rural criolla. El relevamiento físico definitivo del territorio, y la sanción de una legislación que ayude a fundamentar la soberanía argentina sobre la región, coincide con esta última etapa de mitificación de la zona. La región ya no se presenta como la barbarie, inexplorada y desierta, se ofrece en cambio como metáfora del porvenir, el territorio donde aún se pueden encontrar las oportunidades para llevar a cabo lo que no fue posible en otras regiones de la Argentina. A este tercer momento corresponden las narrativas de Guillermo Enrique Hudson y Ezequiel Martínez Estrada. A la vez es posible argumentar que Hudson extiende esta etapa a otros escritores de habla inglesa que habrán de visitar la Patagonia en la segunda mitad del siglo XX, como es el caso de Paul Theroux o Bruce Chatwin. Estos a su vez serán el punto de partida para nuevas narrativas argentinas que responden, contrapuntean o rescriben las británicas. Es posible ver un movimiento de vaivén que va entretejiendo, a lo largo de varias generaciones, una trama hecha de narraciones que en algunos casos no tienen otro punto de partida que la de revisar la de un viajero anterior (5).

Esta cronología de viajeros británicos y argentinos se remonta hasta el momento del primer encuentro entre aborígenes y europeos, encuentro que da como resultado el bautismo de la zona y su incorporación a los atlas europeos. La importancia de esta genealogía reside en que algunas de las características de esas primeras narrativas, cierta hiperbolización de las primeras descripciones, reaparecerán a lo largo de los próximos trescientos años como características más o menos constantes de la zona. Las múltiples historias que se suceden refuerzan o cuestionan estas primeras descripciones y de una manera acumulativa las incorporan. El reconocimiento de estas narrativas fundacionales le dan al mito patagónico una vigencia y consistencia tal que a fines del siglo XIX se vuelve a rescribir el mito desde tantos puntos de vista como viajeros recorren el territorio. Casos como el de Florence Dixie que organiza su propia narrativa (Across Patagonia, 1881) a partir de la de George Musters (At home with the Patagonians, 1871) Guillermo Enrique Hudson para quien Darwin es un importante punto de referencia del mismo modo que más tarde el mismo Hudson lo será para Bruce Chatwin. Este efecto acumulativo, encadenado, de las historias que dan cuerpo al mito es una de las razones de su supervivencia la otra es su inscripción en el marco más amplio de un género no siempre fácil de delimitar: la literatura de viaje.

Al proponer una serie de viajeros naturalistas surge inevitablemente la pregunta por el género, ¿qué es lo que define una narrativa de viaje? ¿Cuáles son sus elementos constitutivos? ¿Cómo reconocer una narrativa de viaje cuando uno se encuentra frente a ella? ¿Qué es lo que tienen en común narrativas tan dispares como las que se dedican a describir la Patagonia a lo largo de cuatro siglos? Clifford Geertz ofrece, en Works and lives, un buen punto de partida:

[a travel book always aserts:] I went here, I went there; I saw this strange thing and that; I was amazed, bored, excited, disappointed; I got boils on my behind, and once in the Amazon...—all with the implicit undermessage: Don’t you wish you had been there with me or could do the same? (Geertz 1988: 33-34) Pero esta respuesta se vuelve insuficiente cuando se trata de una serie que, como la que propongo aquí, atraviesa varios siglos y diferentes lenguas. Serie que abarca posiciones tan distantes respecto de las estructuras de poder como las que existen entre un científico inglés enviado por el gobierno británico para recoger y anotar "todo lo que valga la pena ser registrado" y un viajero argentino interesado en llevar a cabo un relevamiento de la zona para resolver un conflicto de límites. Ambos comparten la caracterización de Geertz y sin embargo, ¿cómo dar cuenta de sus diferencias culturales, lingüísticas e históricas sin disociarlos de la serie que los nombra? Y ¿cómo determinar la manera en que esas diferencias culturales contribuyen a definir el género?

El lugar, la Patagonia, el espacio hacia el cual se viaja y sobre el que se escribe, es sin duda un elemento en común. Otro criterio presente en esta selección son las conexiones textuales. Las referencias a narrativas anteriores y que en más de un caso se invocan como autoridad o se citan para corregirlas y que, en una visión de conjunto, constituyen relaciones de complementariedad y dan una idea evolutiva de corpus (6). Otro criterio que une estas narrativas es su interpretación del paisaje, su caracterización del espacio patagónico, con relación a la historia del país o la historia de las relaciones internacionales que condicionan la representación de la Patagonia. Es decir la inscripción de un cierto tipo de discurso en un marco histórico que permita ver la relación entre los cambios políticos de la Argentina, la representación de la zona y su conexión con una historia del género.

Daniel Defert (1982) ya ha señalado que antes del siglo XIX la literatura de viaje no era un género sino una de las sumas culturales, políticas, económicas, legales y religiosas, de un período dedicado al descubrimiento y relevamiento de los nuevos continentes. Desde la perspectiva de Defert son tres los componentes de este tipo de literatura que se mantienen constantes aunque con diferente énfasis a través de los siglos:

In order to understand the rules of observation peculiar to this literature, one must rediscover which techniques constituted the art of traveling. Historically speaking, the voyage, the collection of curios, and the field trip have, each in their turn, been predominant. From this point on it is not simply the content of observations that has changed but their principle of production and organization. (12) En las primeras narrativas de viaje dedicadas a la Patagonia se trata, como en el caso de Pigafetta y en cierta medida de Thomas Falkner, de informes que funcionan como documentos que invitan a la colonización, a la inversión económica o a la ocupación militar. Y aunque el carácter original de estos viajes, las primeras visitas al territorio, dan lugar a cierto tono hiperbólico, a ciertos gigantismos retóricos, estas narrativas nunca olvidan sus obligaciones para con quienes financian esos viajes y preservan su funcionalidad política y militar. Esta aparente hibridez, consecuencia de su carácter de suma cultural, da como resultado lo que hoy llamaríamos la contaminación ficcional del informe científico. Pero la falta de especificidad de estas narrativas que aparentemente lo abarcan todo, cambia a partir de las innovaciones tecnológicas (7). La creación de nuevos elementos de medición, astrolabios, brújulas y la disponibilidad de cartas más precisas de navegación, relevan a la crónica de viaje de su función de bitácoras de navegación. De tal manera que estos nuevos dispositivos tecnológicos expanden las posibilidades narrativas al separar el registro de cálculos astronómicos y matemáticos de la descripción de los nuevos territorios.

Permanecen sin embargo ciertos hábitos discursivos, una tendencia a la enumeración y al orden cronológico, propios del estilo "primero sucedió esto y luego aquello", que era común en los registros de navegación. A su vez esto contribuye a que las primeras narrativas carezcan de un análisis sistémico que, como en el caso de Falkner, tienden a la constitución de largas listas de plantas, accidentes geográficos, características climáticas, acompañados de mapas que son en sí mismos ejemplos de enumeraciones. Los habitantes, no sólo su distribución demográfica, tampoco escapan a la enumeración. Así también ellos son descritos en términos de características físicas, hábitos alimenticios, costumbres religiosas sin una caracterización que trate de presentar este cúmulo de informaciones como una visión unitaria. La otredad de los indígenas que pueblan la Patagonia no siempre genera en las primeras narrativas una reflexión sobre su condición como sociedad y queda limitada por un cierto carácter pragmático. Se los describe con miras a su utilización en futuras relaciones políticas o militares. Comenta Defert:

First of all, in these descriptions we are dealing not with landscapes or societies but with entities that have meaning only for diplomatic strategy. The beauty of a bay is its capacity for receiving a fleet; the majesty of tall trees indicate their usefulness for repairing mast; landscapes speak of occupation as do the affability or the scars of the natives. Nations are identified in terms of their languages, their territories, their chiefs, their traditional friendships and enmities…. This minute observation of diplomatic strategies does not derive from knowledge and techniques any different from those required for the functioning of the European powers. (14) Sin embargo, esas descripciones acumulativas, en sí mismas archivos, que volverán a ser utilizados en el futuro en intentos más sistemáticos, son parte de proyectos políticos de dominación claramente identificables. Colecciones que formarán bancos de datos, bibliotecas interesadas en acumular información sobre pueblos desconocidos y que a través de la imprenta y la expansión colonial cambiarán la visión que la cultura europea tiene del mundo. Esta literatura de viaje excede la fascinación por lo exótico. Durante el siglo XVIII y XIX se transforma a la vez en incentivo y material técnico para la expansión de los diferentes poderes coloniales que se sirven de ella para evaluar las superficies a distribuirse. Estas descripciones se vuelven un fenómeno extendido en la cultura europea y modifican la visión de conjunto del mundo conocido al incorporar otras culturas y otras geografías en la formulación de una teoría geopolítica.

Los siglos XVIII y XIX, preocupados con el surgimiento de la nación estado, son testigos de una importante diversificación de estas narrativas. Sus objetivos difieren dependiendo de la región que está siendo explorada de tal manera que cada narrativa modificará sus ambiciones interpretativas dependiendo de la zona de la que trata. Esta especificidad es una condición compartida tanto por los viajeros europeos como por los criollos. En muchas de estas narrativas de viaje el objetivo es producir un relevamiento del sistema político de un determinado país a los efectos de comprender su funcionamiento social y establecer una estrategia diplomática o militar con miras a futuras relaciones comerciales o políticas. Pero la posibilidad de este objetivo presupone el reconocimiento en esas otras culturas de una estructura política y social que justifique la validez de un esfuerzo diplomático. Cuando, como es el caso de la Patagonia, la valoración de una región implica la carencia de esa estructura, léase de un estado, comparable a la que posee la cultura del viajero, las narrativas cambian de óptica y optan por una representación en la cual las naciones indígenas son presentadas como una extensión de la naturaleza.

A fines del siglo XIX este cambio de óptica, el cual afecta tanto a la producción criolla o como a la europea, da como resultado que la narrativa de viaje privilegie las ciencias naturales. El género tiende cada vez más hacia las ciencias biológicas y, al igual que el museo, propone la fusión de naturaleza y etnografía. Esta fusión es la que permitió que algunos de estos viajeros asociaran bajo un mismo techo un poncho yámana, los huesos de una ballena y un coihue petrificado: el estudio de la naturaleza lo justifica. En este punto me gustaría regresar a la aseveración de Daniel Defert según la cual más que un género se trataría de un complejo sistema de representaciones culturales. En la medida en que, a pesar de esta hibridez, la literatura de viaje logra definir un nicho propio en el campo de la etnografía nunca pierde esa complejidad a la que alude Defert. La mirada inclusiva de ese viajero, para la que nada es ajeno, genera descripciones que no son sólo utilitarias. La literatura de viaje produce a partir del siglo XIX extensos comentarios en los cuales los indígenas quedan incorporados como parte integral del paisaje, o sea que se transforma en viajes de relevamiento geográfico con aspiraciones etnográficas. Ya no se trata de ofrecer un listado de accidentes geográficos sino una visión cultural de la zona. La literatura de viaje se desplaza así de una especificidad biológica al campo de la antropología cultural (8). La hibridez de ese sistema de representaciones culturales se debe al hecho de que la literatura de viaje depende de "lo factual", es decir de las observaciones siempre subjetivas del viajero. El género nunca ha podido desprenderse de este elemento subjetivo abriendo la posibilidad para una inmensa gama de interpretaciones, tantas como viajeros recorran la zona.

Sin embargo la actividad de viajar es una posibilidad limitada a cierto estrato social. El inmigrante, el trabajador golondrina, no son viajeros en el sentido del que recorre por placer o curiosidad con la intención de regresar a un punto de partida. El viajero que da origen a la literatura de viaje es, al menos desde el siglo XVIII en adelante, parte de una cierta clase social, no sólo porque necesita los medios para poder financiar el viaje o conseguir que una institución (el estado, la universidad, el museo) lo financie, sino porque el concepto del viaje como una posibilidad de reflexión política o cultural o requerían, y quizás aún hoy sigan requiriéndolo, la existencia de un individuo con la formación intelectual como para articular esa visión. Esta suerte de restricción social tiene como consecuencia que la mayoría de los viajeros del siglo XIX y principios del XX sean parte de la misma clase social, y que por lo general estén directamente conectados con el gobierno o con instituciones culturales, militares, políticas que hacen que el género quede asociado al aparato del estado. Basta mencionar cuatro ejemplos dentro de la literatura de viaje patagónica para ver la relación del género con el poder: Lady Florence Dixie y Charles Darwin, la primera, parte activa de una aristocracia política británica, el segundo miembro de un grupo económico con acceso directo a la elite cultural, en este caso Cambridge. Entre los argentinos Francisco Moreno que llega a ser senador nacional y antes que él, Estanislao Zeballos que se desempeñó como ministro de relaciones exteriores del Presidente Julio Argentino Roca. La lista podría extenderse hasta incluir a casi todos los relatos del siglo XIX y del XX.

El impacto político de estos viajeros no se manifiesta sólo en la esfera cultural. Muchos de estos textos se escriben para el estado, ya sea que se trate de un informe militar o un relevamiento topográfico para el establecimiento de un centro de producción agrícola. La literatura de viaje oscila entre la narrativa personal y las obligaciones institucionales. En el marco de la Conquista del Desierto estas narrativas de viaje desarrollan una visión, según la cual los indígenas son parte integral del paisaje y por lo tanto deben ser, como el territorio mismo, subyugados para dar paso al progreso y a la nación-estado. Este es el momento en el cual la narrativa de viaje y el informe gubernamental se funden no para contar sobre remotos paisajes que son parte de un proyecto imperial sino para describir los caminos que rodean las inmediaciones de la propia ciudad, aquellos que permitirían unir el fragmentado mapa de la república. Definida la nación y exterminados los indígenas se inicia en las narrativas patagónicas un proceso de simbolización, por el cual el viaje físico, la aventura de exploración, pasa a un segundo plano. Y en cambio se enfatiza la metaforización del territorio patagónico, destinatario y punto de partida de ambiciosas aspiraciones económicas y políticas.

Contrariamente a una visión de la historia como una sumatoria, según la cual cada nuevo aporte nos acercaría progresivamente a una visión cada vez más definitiva de la literatura nacional, propongo en cambio leer estos textos como un trama. De tal forma que más que un desarrollo lineal, esta serie de viajeros va dando volumen a la representación de la zona. Sus superposiciones e intertextualidades aumentan las posibilidades interpretativas de quienes las leen y contribuyen a la densidad de quienes vuelven a inscribir una y otra vez el viaje a la zona. Creo además que la literatura de viaje de la zona conserva un grado de especificidad tal que es posible leer estos textos como parte del imaginario argentino, a pesar de que las lenguas en las que fueron escritos no sean siempre el castellano. Imaginario que resulta interesante no tanto porque ofrezca una idea resuelta de la identidad nacional sino porque muestra que estos relatos de viaje ponen en escena los fantasmas de lo salvaje como sinónimo de América. El deseo común de estas narrativas por definir la región más que obtener una respuesta pone de manifiesto lo evasivo de una noción de identidad que depende tanto de los viajeros que visitan la Patagonia como del momento histórico en que se escriben.

Todos ellos contribuyen a la formación del mito patagónico como desierto, tierra de nadie, inconmensurable, poblada por gigantes que restringen el acceso a la zona en la que quizás se encuentre el paso que conecte los dos océanos o la prueba geológica que explique la evolución de la tierra. El mito no oculta pero distorsiona y empobrece aquello que está lleno de significado. Así los indios quedan desprovistos de su historia, transformados en gestos o espectáculo, caracterizados como gigantes, como mansos o como violentos, como pieza de museo o como idealización de una forma de vida. Una vez vaciado el mito puede volver a llenarse según las necesidades marcadas por un nuevo momento cultural. La fuerza del mito está en su capacidad de naturalizar la historia. La colonización, el encuentro con los indígenas, en última instancia la ocupación de un territorio y lo que habrá de ser la justificación de esa guerra de ocupación requieren de ese vaciado. Requieren que se presente a la Patagonia, a los indígenas y al paisaje (especialmente el paisaje), como un fenómeno natural cuya historia se funde con la narrativa misma del viajero. Esa naturalización del paisaje y de sus habitantes, como lo señala la cita de Guy Debord que abre estas notas, adopta un nuevo sentido y problematiza las narraciones de los viajeros, cuando se los ve a través de la historia, cuando se los intenta captar como un conjunto detrás del mito.

Notas

(1). Esta percepción del territorio patagónico se mantiene hasta principios del siglo XX. Basta como ejemplo la edición de 1911 de la Enciclopedia Británica en la que se incluyen artículos separados, uno para Argentina y otro, separado, para la Patagonia. Narrativas más recientes como la Bruce Chatwin, In Patagonia o la de Paul Theroux, The Patagonian Express dependen en parte de cierta visión autónoma de la región que de otra manera implicaría entre otras necesidades un conocimiento mínimo del castellano o una idea más precisa de la historia argentina.

(2). Para una historia pormenorizada del género durante el período renacentista ver la excelente introducción de Jas Elsner y Joan-Pau Rubiés: Voyages & Visions: Towards a Cultural History of Travel. London: Reaktion Books, 1999.

(3). Existen trabajos de investigación dedicados exclusivamente a los viajeros británicos, entre ellos el de Santos Samuel Trifilo La Argentina vista por viajeros ingleses 1810-1860 (1953) y más recientemente el de Adolfo Prieto Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina. (1996)

(4). Una historia de los intentos utópicos que tuvieron lugar en la Patagonia tendría que incluir, entre otros, al Rey de la Patagonia durante la primera mitad del siglo XX y a la comunidad del Bolsón durante la segunda parte de ese mismo siglo.

(5). El reciente libro de Adrián Gimenez Hutton, La Patagonia de Chatwin (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1999) es uno de los ejemplos más extremos de una narrativa que depende enteramente de una narrativa anterior. De manera similar Lady Florence Dixie escribe Across Patagonia en gran parte a partir de la de George Musters.

(6). Aunque el mecanismo de citas y referencias ya está presente en las narrativas más antiguas, no es hasta la segunda mitad del siglo XX que contamos con una narrativa sobre la Patagonia hecha únicamente de citas de viajeros anteriores. Para ese entonces el grado de simbolización del viaje a la Patagonia se encuentra tan mediado por la intertextualidad de las crónicas de viajes que es posible publicar un libro que, como Nowhere is a place de Bruce Chatwin y Paul Theroux, presente un viaje hecho de los jirones textuales de otros viajeros. ¿Sugiriendo así que el único viaje a la Patagonia que nos queda disponible es el de la lectura?

(7). Es difícil subestimar la importancia del impacto tecnológico en la literatura de viaje cuando en un viaje que se llevó a cabo en 1999, por entre las cumbres más altas de la Cordillera de los Andes, los viajeros informaban de su viaje a diario por medio de computadoras portátiles, cámaras digitales y módems inalámbricos con lo cual el viaje se transformó en los comentarios de las imágenes que los viajeros enviaban a través del Internet.

(8). El último trabajo de James Clifford, Routes: travel and translation in the later twentieth century es un buen ejemplo de cómo redefinir el género por medio de uno de sus intereses. Clifford decide, previsiblemente desde la postmodernidad, ir en la dirección opuesta que caracteriza al fin de siglo XIX. En lugar de enfatizar la supuesta objetividad de la narrativa de viaje antropológica, prefiere deliberadamente enmarcar su subjetividad. Para un estudio pormenorizado de lo subjetivo en el discurso antropológico es de gran utilidad el texto antes mencionado de Clifford Geertz, Works and lives.
 
 

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